La Segunda revolución industrial se inició en la segunda mitad del siglo XIX y prosiguió hasta mediados del siglo XX. Se basó en la electricidad, el motor de explosión utilizado particularmente por el automóvil y el aeroplano, aparatos que utilizan la gasolina, un derivado del petróleo, a su vez, el segundo elemento de esta revolución. Un tercer elemento fue la química orgánica. El acero es otro de los elementos productivos que caracterizan a dicha revolución. Estamos hablando aquí de innovaciones que desde el punto de vista científico, son más complejas que las de Primera revolución industrial y por ello precisan mayores niveles de cultura y educación, tanto para crearlas como para utilizarlas.
Sin duda acompañó a la Segunda revolución industrial la necesidad de grandes capitales para empresas que nacían con dimensiones mayores que Primera revolución industrial y cuya tendencia era a crecer aún más. Esto generó un doble proceso: por una parte la necesidad de encontrar posibilidades más sólidas de financiamiento que las privadas; por la otra parte estimuló el progresivo aumento del tamaño de las unidades productivas. En países como Estados Unidos y Alemania, se consolidó la gran empresa; además estas proporcionaron un incentivo más a la concentración de la población en grandes centros urbanos, al tiempo que favorecieron la formación de potentes sindicatos de sector.