Introducción
En general cuando nos referimos a la Revolución Industrial la dividimos en una serie de ciclos, porque cada período tuvo un inicio, desarrollo, saturación; que luego dio paso a un nuevo inicio o revolución. En este contexto, la Primera revolución industrial, que comenzó en el siglo XVIII y duró hasta más allá de mediados del siglo XIX, se caracterizó por la caldera de vapor y maquinaria cada vez más mecanizada para la producción de bienes en general ya conocidos. Esta primera etapa no precisó de elevados niveles de educación, se basó en una ciencia simple y conocida durante mucho tiempo; los inventos y las innovaciones podían ser llevados a cabo por individuos aislados, sin laboratorios particularmente equipados; pero sentó las bases para el amplio y explosivo desarrollo que se observó después.
La fabricación ya no se realizaba en el domicilio, como en la época preindustrial, sino en fábricas en las que era posible la división del trabajo y el uso de maquinaria especializada y de calderas de vapor cada vez más potentes.
Esto favoreció la concentración de la población y constituyó un poderoso factor de urbanización. Pero aún en estos años tempranos de una primera industrialización, las empresas seguían siendo pequeñas y dispersas; estaban bajo el control del propietario y no necesitaban de grandes capitales, salvo en el caso de los ferrocarriles. Este tipo de empresa continuó predominando en Inglaterra y Francia, pero ello cambió con la Segunda revolución industrial.