A fin de que la Corona tuviera el control total sobre ciertas actividades económicas, se crearon nuevos monopolios reales: tabaco, renta de naipes y papel sellado; lo que significó que sólo ella podía controlar la producción, impuesto, distribución, mercado y precio de esos productos de gran consumo, que le garantizaba entradas seguras.
En el ámbito comercial se remplazó a Sevilla con Cádiz, puerto más profundo y de mayor capacidad, lo que permitió una reestructuración de los funcionarios que controlaban esta actividad; en este sentido se abrieron nuevos consulados, como el de de Veracruz y el de Guadalajara en la Nueva España, se prohibieron las ferias que se celebraban en los principales puertos para el intercambio de productos y se abrieron nuevos mercados para productos americanos. El sistema de navegación por flotas se eliminó para que fueran más frecuentes los embarques y se dinamizara el comercio.
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El puerto de Sevilla en el S. XVI.
Paralelamente, en América se impulsó el comercio intercolonial con la apertura de nuevos puertos, pero bajo severa vigilancia. En suma, se trataba de que las colonias se dedicaran a ser productoras de materias primas y que la metrópoli se encargara de la transformación y comercialización de las mismas. Esto es lo que el mercantilismo francés denominaba el pacto colonial.
Para realizar este proyecto se atacó el poder económico de la Iglesia, que había adquirido grandes latifundios y numerosas propiedades urbanas, era fuerte inversionista en empresas agrícolas e industriales y tenía un papel sobresaliente como prestamista. Por otro lado, en el ámbito político se afianzó la centralización del imperio con un mayor control sobre las provincias y el otorgamiento de mayores atribuciones al monarca para que retomara las riendas del gobierno. Un ejemplo de esta política fue la expulsión de los miembros de la Compañía de Jesús, en 1767, de todas las posesiones españolas. Gran parte de estas medidas se basaron en estudios, análisis, realizados por diversos visitadores.
Estas reformas reavivaron la economía de la Corona al obtener mayores ingresos. Sin embargo, al brindarse mayores prerrogativas a los peninsulares y funcionarios reales se profundizaron las diferencias entre éstos y los criollos, que impulsaban desde entonces un movimiento autonomista y nacionalista. Estos coincidieron con una serie de guerras y gastos que agudizaron más las contradicciones sociales y políticas.