Las guerras mundiales llegaron a la vida cotidiana, no sólo para los europeos quienes sufrieron los conflictos bélicos, entre sirenas, balas, bombardeos, odio, miedo, hambre, hacinamiento, solidaridad y hermandad entre desconocidos. Sino a la del mundo en general, a través de los adelantos tecnológicos que se realizaron durante ellas para el buen desempeño de los ejércitos en combate, por ejemplo la comida enlatada.
Comida enlatada
El principio del que parte la comida enlatada es la conserva en recipientes de vidrio que tuvo su origen en la cocina familiar. Preservar hirviendo, en vinagre, ahumando, salando y deshidratando eran los procedimientos comúnmente empleados en los hogares para conservar el alimento para evitar que los microorganismos los atacaran y destruyeran. Posteriormente se perfeccionaron para su uso en el campo de batalla. Así apareció la lata en Francia durante la primera década del siglo XIX.
Creador francés de la comida enlatada. En 1800 Napoleón convocó a un premio por 12 mil francos a quien inventara una forma barata y sencilla de preservar alimento para los ejércitos emplazados en el campo de batalla. Appert se abocó a ello y en 1800 ganó el premio por inventar un sistema de cocción de alimento en lata que se sellaba herméticamente.
Con el premio fundó una fábrica que al poco tiempo fue consumida por el fuego. Británicos y estadounidenses tomaron la idea y desarrollaron sus propias fábricas. El abrelatas se inventó 30 años después; los soldados abrían las latas con sus bayonetas, navajas y piedras.
Con este sistema la comida en conserva se hizo transportable en envase irrompible que al mismo tiempo era el recipiente para calentarla en el campo de batalla. Debido a las continuas guerras en Europa, la comida se continuó enlatando a lo largo del siglo XIX.
La comida enlatada y en general la conservación de alimentos extendió su uso y aprovechamiento a frutas, verduras, lácteos en general, carnes de todos tipos, cereales y leguminosas. Los métodos de producción rápida, conservación y almacenaje se desarrollaron de modo acelerado en los países contendientes a partir de la urgente necesidad de alimentar tanto a sus ejércitos como a las poblaciones parcialmente sitiadas por las batallas durante las dos grandes conflagraciones mundiales del siglo XX.
En la Primera guerra mundial se aplicó el invento de Appert (enlatar comida) a comidas preparadas. Primero los franceses enlataron pollo al vino, los italianos los ravioles; aunque los ingleses desde antes enlataran la carne para sus soldados, tanto franceses como italianos lo hicieron con más estilo para reforzar la moral de sus ejércitos con comida hogareña diferente del denominado “rancho” militar. Esta estrategia surtía efecto en el ánimo de los combatientes.
Estos productos se elaboraron en serie durante las primeras cinco décadas del siglo XX y, al término de las guerras mundiales, la industria estaba preparada para continuar elaborando a bajo precio de venta un producto que a partir de 1945 haría llegar a los anaqueles de los supermercados citadinos de los países beligerantes, en donde también comenzaron a reproducirse este tipo de establecimientos comerciales.
El hecho de hacer llegar estos productos a las mesas de los consumidores ya no corría prisa, pues su conservación en buen estado estaba garantizada. Pero otra clase de alimentos vieron modificado su método de elaboración precisamente por el corto lapso de tiempo que pasaba entre su cultivo y consumo.