Primera etapa, 1910 – 1990
El proceso migratorio de mexicanos hacia los Estados Unidos comenzó de forma considerable, a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
Después de que fuera derrotado por su vecino norteño en la guerra de 1846-1847, México perdió gran parte de su territorio, y con él cientos de nacionales que se incorporaron a los nuevos estados de la Unión.
Las pretensiones de los gobiernos mexicanos de las últimas décadas del XIX y principios del XX, de fomentar la inmigración a fin de poblar territorios del Norte y mejorar el nivel cultural, se desvanecieron, debido a la inestabilidad política y social y la permanente crisis económica que han caracterizado al país. México, de una nación que en el siglo anterior abría sus puertas a la inmigración, en el siglo XX resultó una emisora de trabajadores en busca de mayores ingresos y los EE.UU. se convirtieron en el principal destino.
En la segunda mitad del siglo XIX, después de las leyes de expulsión de chinos y japoneses dictadas por el gobierno estadounidense, y la migración interna de antiguos esclavos del Sur a los centros industriales del Norte, los mexicanos fueron la principal fuerza de trabajo en los campos sureños y en el tendido de vías ferroviarias en el suroeste.
Como mano de obra barata, se les contrató en los cultivos de melón, cítricos, remolacha, algodón y vid, entre otros productos, permitiendo a los propietarios de dichos campos reducir sus costos de producción y acumular capital.
El éxito económico generado por la fuerza de trabajo mexicana y la economía de guerra desarrollada a raíz de la Primera guerra mundial hicieron que se abrieran las puertas a la frontera sur. Cientos de personas aprovecharon esta situación, muchos de las cuales huían de la crisis originada por la Revolución mexicana.